
- Marx. Acerca de la lucha de clases (2)
Jorge Varona Rodríguez
Aguascalientes, Ags, 13 de julio de 2025.- (aguzados.com).- Roma fue el resultado de la confederación de tres tribus, ramneses, ticios y luceres (latinos, sabinos y etruscos). Cuando la realeza intentó sustraerse a la autoridad del Senado (integrado por la nobleza), los patres o patricios (terratenientes) abolieron la monarquía. Ante las protestas de las clases inferiores (que se sentían protegidas por el rey), se restableció, pero haciéndola electiva a propuesta del Senado. (Ochoa Campos, Moisés, El municipio y su evolución institucional, 1987, pp. 51-54).
Los monarcas de Roma intentaron en varias ocasiones rechazar la aprobación del Senado y gobernar sin la sujeción de los patricios, para lo cual se aliaban con el pueblo llano al que ofrecían beneficios y distribución de tierras, con lo cual se fortalecía la alianza entre élites y clases subordinadas. Es frecuente en episodios históricos en diversas épocas y naciones, observar cómo los conflictos en el seno de las cúpulas propicia que un grupo o sub-sector de éstas, logre el respaldo de las clases dependientes a fin de imponer su dominio a cambio de “concesiones” y “privilegios”, casi siempre menores o cumplidos parcialmente. En cualquier caso, es manifestación de la lucha de clases.
Servio Tulio (sexto rey de Roma gobernó del 578 al 535 AC) decretó varias reformas:
1) El censo que se aplicaba cada cinco años, clasificaba a los habitantes por sus bienes, nobleza de nacimiento y edad, que servía para fijar el pago de impuesto y las obligaciones militares. Con todo ello emergió otra idea de convivencia social que se reflejó en la política y el derecho.
2) La tercera reforma fue la creación de la asamblea centuriata, integrada por todos los soldados sin distinción de clases sociales y con igual derecho a voto. Fue la que mayor influencia ejerció.
3) La cuarta reforma instituyó los jueces llamados centumviri (miembro de un tribunal que entendía de litigios privados, especialmente de herencias y tutelas), los cuales fueron el embrión de los funcionarios municipales.
4) Con estas y otras reformas, Roma retrocedió al régimen patriarcal. Sin embargo, ante la necesidad de afrontar militarmente los conflictos, los patricios se vieron obligados a reconocer la asamblea centuriata. Así, los “clientes” (significa vasallo: que dependen de un señor o de un amo), una vez concedido su derecho al voto, tomaron conciencia de su independencia respecto de los patres y vieron identificados sus intereses con los plebeyos.
De esta manera se delimitaron claramente las clases en pugna: plebeyos (con sus aliados los clientes) y aristócratas, que dependían ahora de la organización y de la vida política de la ciudad, dejando atrás la época patriarcal de las gens y las tribus, ya desaparecidas históricamente.
En el proceso de consolidación del municipio en Roma, consecuencia de la lucha política aristocracia-pueblo, los tribunos instituyeron los comicios especiales, comitia tribuna, plebiscitos, de los que surgían decretos que “vinieron a ser la principal fuente del derecho civil positivo y no diferenciándose en los efectos de las leyes”. (Ochoa Campos, El municipio y su evolución institucional, 1987, pp. 51-54)
Con el tiempo, hubo dos tipos de leyes para dos pueblos separados dentro de una misma ciudad: senato-consultos para los patricios, y los plebiscita para la plebe (el pueblo).
El pueblo exigió que las leyes, antes de ser publicadas debían ser conocidas y aprobadas por todas las clases sociales, [lo cual conlleva la idea de conflicto-conciliación de clases]. Desde entonces (siglo III AC), “a todos se aplicó la misma ley y comparecieron plebeyos y patricios ante el mismo tribunal”. (Ídem)
Empero, al proseguir la lucha clasista plebeyos-patricios, éstos desaparecieron el consulado e instauraron los tribunos militares al mando del ejército, la presidencia del Senado y la jurisdicción civil, los cuestores (guardianes del tesoro público), los censores (administradores de la hacienda pública) y los ediles plebeyos (encargados de la policía, limpia de calles, vigilancia de mercados, caminos, puentes, calzadas, conservación de templos, monumentos, pesos y medidas, precio y calidad de artículos de consumo, abasto, diversiones públicas). De esta manera, Roma regularizó las funciones de la vida municipal y, con ello, institucionalizó y dio cauce provisional y parcial a la lucha de clases.
La Biblia en el “Antiguo Testamento”, al asentarse el pueblo judío en Asia Menor, luego de abandonar Egipto, y llegar a la “Tierra prometida”, en los libros “Josué”, “Jueces”, “Samuel” y siguientes, narra la transición de un pueblo de tribus a un Estado centralizado, con jerarquía de clases (Sacerdotes, monarquía, propietarios, trabajadores, marginados sociales. Véase, por ejemplo, Libro de Rut, Capítulo 2), no es sino su versión de lucha de clases. Siglos después, acorde al “Nuevo Testamento”, Jesús de Nazaret confronta esa situación en favor de los pobres, desposeídos, oprimidos y víctimas, deslegitima esa dominación, condena la mercantilización de la fe [“misericordia quiero, no sacrificio”: Mt. 9.13 … “No condenes a los inocentes”, MT. 12.7 … “mi casa es casa de oración, más vosotros la habéis hecho casa de ladrones”: Mt. 21:13]. Promete la redención, pero no social sino mística …
Todo lo cual puede interpretarse como forma socio-religiosa de la lucha de clases. Y el martirio del nazareno confirma el temor de la élite religiosa (rabinos: maestros o líderes religiosos) y de la élite política (Cónsules o gobernadores romanos) ante el riesgo de sublevación de las clases dominadas.
La exégesis de las enseñanzas de Jesús de Nazaret de misericordia y justicia pervertidas en comercio de indulgencias por la autocomplaciente jerarquía clerical, así como la transición de la Ciudad de Dios a la nueva Babilonia es otra historia.