NOTAS ACERCA DE LAS IDEAS POLÍTICAS XLIV

Categoría: opinion

 

 

 

Jorge Varona Rodríguez

 

Aguascalientes, Ags, 11 de abril de 2024.- (aguzados.com).- En sus teorizaciones Hegel establece que el Estado es el “resultado de esa mediación [del Espíritu] y se evidencia como verdadero fundamento, [por lo cual] se anula aquella mediación y aquella apariencia …

Por tanto, el Estado es más bien lo primero en la realidad, dentro del cual tan sólo se desarrolla la familia hasta convertirse en sociedad civil, y es la idea del Estado mismo la que se dirime en estos dos momentos”.

La finita sustancia ética de la sociedad civil, se manifiesta en dos tiempos: 1) “la diferenciación infinita hasta el ser en sí de la autoconciencia que es para sí”; y 2) “la forma de la universalidad que es en la cultura, la forma del pensamiento, por medio del cual el Espíritu se es objetivo y real como totalidad orgánica en leyes e instituciones, en su voluntad pensada” (Filosofía del Derecho, parágrafo 256).

Así, Hegel arguye que “el Estado es la realidad ética, el Espíritu ético en cuanto voluntad patente, ostensible en sí misma, sustancial que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida que lo sabe”. (Parágrafo 257) [Esto es, la dialéctica del pensamiento del Espíritu que se reproduce en la realidad objetiva.

El Estado como manifestación concreta de la voluntad del Espíritu]. Por tanto, el Estado es “fin último, inamovible … es lo racional en sí y para sí … donde la libertad llega a su derecho supremo … [y el deber supremo de los individuos] consiste en ser miembros del Estado”. (Parágrafo 258).

En la concepción liberal del Estado, éste “se confunde con la sociedad civil, y se pone en determinación en la seguridad y la protección de la propiedad y de la libertad personal, entonces el interés de los individuos constituye la finalidad última en que se unifican”. [Reminiscencia de Hobbes y Locke].

Pero el Estado “es espíritu objetivo … [dentro del cual] el individuo posee objetividad, verdad y eticidad … el contenido y finalidad [de esta unión] de los individuos es llevar una vida universal” [cualquier cosa que esto signifique, acaso se entiende como] la “unidad de universalidad e individualidad … en la unidad de la libertad objetiva, la voluntad sustancial universal [¿el Espíritu?] y de la libertad subjetiva, en cuanto libertad del saber individual y de la voluntad que busca su finalidad particular … en un actuar que se determina según leyes y principios pensados, es decir, universales” [¿pensados por el Espíritu?].

“El Estado sale a la luz –Pierre Hassner, Historia de la filosofía política--, a la vez como resultado final y como condición … [ya que] los individuos, ya sea como masa o como los grandes hombres que realizan acciones heroicas, son instrumentos de un plan que los trasciende [idea de Kant] … [por lo cual] las fuerzas irracionales construyen un edificio arquitectónico que es imagen de la razón eterna… que demuestra la racionalidad de la historia.

Esto es lo que permite a la filosofía de la historia terminar como filosofía política, y a la inversa, lo que permite a la filosofía política transformarse en una descripción del Estado final, plenamente desarrollado”. (691)

Al reconocer Hegel que “el Estado nace de conflictos y es, a su vez, teatro y origen de incontables conflictos potenciales” (691), anticipa la teoría dialéctico-materialista de la historia de Marx, quien postuló que el Estado no es la cristalización del devenir del Espíritu, sino la expresión política del interés de la clase dominante de controlar la economía y a las clases subordinadas.

Es en el plano político, en el seno del Estado, donde se libran y se dirimen los conflictos sociales, cuyo origen estriba en la problemática económica: propiedad-trabajo-apropiación del plusvalor-privatización de tecnologías y medios de producción y acumulación de capital.

La diferencia de clases y, por tanto, la conflictividad que conlleva es idea no sólo de Marx, sino del propio Hegel y referida desde Platón y Aristóteles, así como por Maquiavelo, los pensadores del utilitarismo económico –ingleses--, y esgrimida vigorosamente en la Revolución Francesa (de ahí su apotegma de libertad e igualdad), Rousseau y muchos más.

Coincide con Hobbes en la violencia como origen del Estado en la pretensión de la seguridad. Pero ello, “lejos de terminar con la victoria del amo, engendra una dialéctica que será el resorte de la historia humana”. (692)

Al temor a la violencia, Hegel añade el factor positivo del trabajo –ya sea esclavo, servil o asalariado--, como fundamentos de la sociedad. Con el trabajo, explica Hassner, el ser humano “transforma la naturaleza y se transforma a sí mismo”, y aprende “nociones generales abstractas, lenguaje y pensamiento”.

La suma de todo ello, proceso histórico-dialéctico, constituye “el mundo de la técnica y de la sociedad misma, por una parte, como el mundo del pensamiento, el arte y la religión”. (692)

Para Platón (La República), el ocio es “la madre de la cultura”, no la pereza sino el tiempo dedicado a la reflexión, sólo al alcance de la aristocracia, ya que el ciudadano libre, el artesano, el comerciante y el esclavo se veían obligados al trabajo físico, por lo cual carecían de la oportunidad para la meditación y la especulación filosófica, de las cuales emana la concepción del hombre y del mundo.

En cambio, para Hegel no es el ocio, sino el trabajo el que está de lado de lo universal. Marx afirmó que la naturaleza humana, si bien “modificada históricamente en cada época” (no es permanente ni universal) es determinada en el complejo de las relaciones sociales, en cuyo centro figura el trabajo como praxis social. Tesis que expone en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, reitera en la Sexta tesis sobre Feuerbach (1845), y en El Capital, en su crítica al utilitarismo.

Ahora bien, Hegel advierte que la tensión trabajo-necesidad “aparece en forma de la oposición entre la ‘sociedad civil’ y el Estado, entre el ‘burgués’ y el ‘ciudadano’. El problema del Estado moderno consistirá precisamente en tolerar los dos momentos y en reconciliarlos”. (692)